En Amor eterno, Johanna Lindsey nos explica las circunstancias que hacen de Lachlan McGregor (antes McDuell) un ladrón y un bandido.
Resulta, para sorpresa de todos, que Lachlan no mentía cuando afirmaba ante Megan ser el Lord de un clan escocés. Privado de su herencia se ve obligado a robar (eso si solo a sus ancestrales enemigos, los molestos ingleses) para mantener a su gente unida, pero después de una última aventura de la que sale malherido (precisamente por no haber olvidado a la dulce Megan) decide que las cosas no pueden continuar así eternamente y es persuadido por sus parientes (y compañeros de fechorías) de que ha llegado el momento de tomar esposa (a ser posible, una muy rica que le saque del apuro económico en el que se haya). Para tal fin, solicita la ayuda de su tía abuela Margaret, una mujer inglesa que se casó con su tío abuelo por amor y que es pariente del todo poderoso Duque de Wrothston.
Por su parte Kimberly Richards es la hija del conde de Amburough y acaba de poner fin al luto por su madre. Kimberly y su padre no están muy unidos (lo más suave sería decir que se soportan mutuamente) así que el conde deseoso de librarse de su molesta hija para poder casarse con otra mujer, decide que lo más apropiado es casar a la niña lo más rápido posible. Como el duque de Wrothston le debe un favor, envía a su hija a la residencia ducal con el encargo de que encuentre pronto a un marido, el único requisito que tiene que cumplir su futuro yerno es el de no ser escocés, pues los tiene manía y amenaza a Kimberly con desheredarla en caso de que se case con uno de ellos.